Por Marcelo Honores (*)
Un día como hoy, hace 72 años la Organización de las Naciones Unidas, daba a luz un instrumento internacional que venía a significar una bisagra en la historia de la defensa de los derechos humanos en el mundo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se levantaba en contra de los “actos de barbarie ultrajante para la conciencia de la humanidad”, si bien hacía referencia a una circunstancia histórica concreta, se convertía en el piso de dignidad a la que cualquier persona tiene derecho, sin discriminación alguna, por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social, como reza el preámbulo de la Convención Americana de Derechos Humanos, inspirada en la declaración de 1948.
Si bien la lucha de los derechos humanos hunde sus raíces en lo más recóndito de la historia, a partir de la declaración de 1948 se produjo un salto cualitativo y cuantitativo de una importancia inédita en cuanto a la proliferación de declaraciones, pactos, convenciones, etc. que fueron constituyendo, hasta nuestros días, un espectro cada vez más abarcativo de lo que es el contenido de los derechos humanos. Los derechos que tienen que ver con la libertad, con la igualdad y los más recientes de incidencia colectiva, giran todos en torno al concepto nuclear de la dignidad de la persona humana.
A 72 años de aquel pronunciamiento, el desafío actual, como referenciaba el profesor italiano Roberto Bobbio, es el efectivo cumplimiento de lo que la Declaración Universal y las posteriores inspiradas en ella reflejan.
Los derechos que allí se explicitan, deben ser una realidad para el conjunto de la sociedad. La pobreza, la indigencia, la exclusión, la falta de libertad, la discriminación y otras tantas inequidades que recorren nuestrasde sociedades, nos deben interpelar, de tal manera que debemos redoblar esfuerzos para que lo que dice la letra de los textos, se compadezca con la realidad cotidiana de las personas.
Sólo de esa manera estaremos honrando aquella preclara declaración que hoy recordamos.
(*) Defensor del Pueblo Adjunto en Derechos Humanos y Salud de la provincia de Buenos Aires.