El ataque de un grupo de jóvenes contra el asesinato de Fernando Sosa provocó que luego del hecho acontecido sigamos estremecidos tratando de entender cómo llegamos a esto.
El cómo llegamos es una consecuencia, pero ¿qué desencadena la reiterada violencia que se ejerce desde y contra diversos colectivos sociales en el marco del ejercicio de un poder patriarcal y machista?. Que hoy alcance el impacto al que llegó, por un lado, puede deberse a la potencia que cobra todo lo que se viraliza a la velocidad de la fibra óptica. Pero que se produzca y multiplique la cantidad de análisis que sancionan y proponen estrategias para evitar que esto vuelva a repetirse, no es otra cosa que un avance de los movimientos, como el feminismo, que cuestionan y ponen en tensión todas las estructuras que legitiman la violencia como ordenador social en el marco de un régimen de género.
Frente a esta sensación de hartazgo y de que al parecer “algo”, “o todo” está mal, porque hagamos lo que hagamos para Fernando ya llegamos tarde. Frente a esta sensación tan reiterada de fracaso que nos viene cada vez que el machismo mata, explota sexualmente, excluye, discrimina y lesiona hasta dejar marcas imborrables, nos resulta necesario ser creativos y creativas.
Percibimos por estos días que instituciones que antes no parecían cuestionarse la construcción de las masculinidades, comienzan a sentirse interpeladas. Y está muy bien. Pero sólo podremos avanzar si esa interpelación llega desde el Estado. Es el Estado el que debe regular todas esas buenas intenciones, el que debe poder prever más allá de la urgencia; ya que lo más probable es que actuando en la urgencia se actúe mal, porque la desesperación no nos deja analizar el todo.
Resulta fundamental entonces que el Estado pueda canalizar esa sensación colectiva de que esta vez tenemos que cavar más hondo, de que esta vez tenemos que ir más allá de los resultados. Esta regulación no se dará de otra forma que con el diseño y ejecución de políticas públicas destinadas a garantizar derechos contemplados en las leyes de vanguardia que podemos ostentar orgullosamente en nuestro país.
Desde hace muchos años venimos pensando en términos binarios, de un lado las víctimas, del otro lado los victimarios; de un lado lo femenino, y lo masculino en la otra vereda. Si de ser creativos y creativas se trata, seguramente deberemos cambiar el foco, deberemos poner luz en esas estructuras elementales que reproducen la violencia. Deberemos por fin tratar de ver cómo deconstruimos y desarmamos lo masculino para poder analizarlo; más allá de los sujetos que lo transitan; poder promover masculinidades contra hegemónicas que cuestionen privilegios, mandatos y promuevan mayor equidad de acceso a los derechos independientemente de los géneros, las sexualidades, las clases sociales, las etnias, y la diversidad en general.