Cien años hoy se cumplen del nacimiento de una de las personalidades más trascendentes en la lucha contra la discriminación. La fecha nos llama, como cada 18 de julio, a reflexionar sobre su vida y legado, en el Día Internacional de Nelson Mandela.
Mandela fue víctima del Apartheid, un régimen de segregación racial avalado jurídicamente durante casi 50 años en Sudáfrica. Y por su lucha, fue condenado y detenido, permaneciendo recluso durante 27 años en muy precarias condiciones de encierro. Es por ello que, en su nombre, las Naciones Unidas adoptaron “las Reglas Nelson Mandela”, un conjunto de previsiones mínimas que hoy deben guiar la actuación estatal en el tratamiento de las personas privadas de la libertad.
Luego de ser liberado, Mandela recibió el Premio Nobel de la Paz y fue democráticamente elegido Presidente de Sudáfrica. Llevó a cabo una complejísima tarea de transición hacia una sociedad sudafricana más igualitaria. Dedicó su vida a luchar por la igualdad, la libertad y la erradicación de la pobreza. Años atrás, en uno de sus elocuentes discursos dijo: “Al igual que la esclavitud y el apartheid, la pobreza no es un fenómeno natural; ha sido creada por el ser humano y, de la misma manera, puede ser superada y erradicada por sus acciones. La superación de la pobreza no es un gesto de caridad, es un acto de justicia. Es la protección de un derecho fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida digna. Mientras persista la pobreza, no existirá la verdadera libertad”.
Su vida nos recuerda que la Humanidad ha sido testigo de grandes atrocidades, muchas de ellas amparadas bajo regímenes legalmente constituidos o bajo costumbres culturalmente consolidadas. Por esos eventos, los Estados asumieron obligaciones de no discriminar, no tolerar la discriminación por terceros y asistir a quienes son víctimas de discriminación.
La discriminación bajo ninguna circunstancia puede ser consentida cuando se basa en la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política, el origen nacional o social, la posición económica, el nacimiento o cualquier otra condición de índole desfavorable, tal como lo afirma la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La prohibición de discriminación es, además, un mandato para todas las instituciones y para todas las personas, que debe guiar siempre nuestras acciones y omisiones. Definitivamente, tal como nos enseñaba Mandela, éstas son las bases fundamentales para consolidar una sociedad más igualitaria y justa.
Por Marcelos Honores
Defensor del Pueblo Adjunto en Derechos Humanos y Salud